miércoles, 3 de mayo de 2017

Avaricia


La avaricia, es el afán o deseo desordenado de poseer riquezas, bienes, pertenencias u objetos de valor abstracto, con la intención de atesorarlos para uno mismo, mucho más allá de las cantidades requeridas para la supervivencia básica y la comodidad personal. Se le aplica el término a un deseo excesivo por la búsqueda de riquezas, estatus y poder.

Como concepto psicológico y secular, la avaricia es un deseo desordenado de adquirir o poseer más de lo que uno necesita. El grado de alteración mental está relacionado con la incapacidad de controlar la reformulación de "deseos" en el momento que las "necesidades" son eliminadas. Erich Fromm describe la avaricia como "un pozo sin fondo que agota a la persona en un esfuerzo interminable de satisfacer la necesidad sin alcanzar nunca la satisfacción." Por lo general el término se utiliza para criticar a aquellos que buscan la riqueza material excesiva, pero también es aplicable en situaciones donde la persona tiene la necesidad de sentirse por encima de los demás desde un punto de vista moral o social.

Todos los sistemas económicos y sociales de estructuración de las comunidades se fundamentan en la avaricia.

Independientemente del papel que juguemos en la sociedad de una manera específica, este va a ser el signo que va a marcar todos los intentos de organización humana. La ausencia de avaricia es un claro favorecedor de la avaricia misma. Si alguna unidad del sistema no es especialmente avariciosa, este hecho lejos de beneficiar al resto, sólo va a contribuir al aumento de ganancia de los elementos más codiciosos. En otras palabras, la avaricia es un signo natural y positivo, insertado en el mecanismo de los seres vivos para procurar su éxito, forma parte de nuestro diseño, y posiblemente será la causa última de nuestra extinción y del colapso final del universo. Es algo que no se puede regular, no se puede encauzar, no se puede legislar de una manera razonable, sólo puede hacerse a estacazos, y de una manera incompleta.

Los primeros intentos de regulación de la avaricia parten de las religiones. Todas ellas la consideran un "pecado" que niega al que lo comete su continuación de la existencia en la "otra vida". De hecho el cristianismo marca otros seis pecados más de parecidas características que básicamente se pueden resumir todos ellos en simple avaricia. Las primeras informaciones que tenemos de estos "vicios" capitales datan de textos egipcios del siglo IV.

Es normal que las organizaciones más insaciables del mundo como son las religiones, sean las encargadas de "regular" esta condición para los demás en un claro intento de procurarse el mayor beneficio propio. Todas las leyes presentadas para normalizar esta categoría no son más que atenuantes parciales para castigar este vicio en la mayoría, y así proporcionar campo abierto e ilimitado a las minorías que son las que generan y ejecutan estas leyes.

Así dispuestas las cosas nos encontramos con un mundo con excedentes de alimentos en el que una de cada diez personas sufre de inanición. Un planeta en el que es más barato fabricar en Asia, donde el problema del hambre está extendido hasta a los dos tercios de su población, con mano de obra esclava, con materias primas de todo el globo terraqueo transportadas en enormes y contaminantes mercantes a precio de ganga (300 dólares las 20 toneladas de carga) con unas tripulaciones prácticamente cautivas, bajo bandera de Liberia, o Panama, lugares donde la regulación contra la avaricia es más distendida y laxa...

Un solo mercante transoceánico contamina el equivalente a 50 millones de coches, la flota entera mundial produce una contaminación equivalente a varios billones. Las últimas informaciones procedentes de los sectores de máxima avaricia, nos indican que en los próximos años el tráfico marítimo no solo no se va a restringir ni a regular, sino que se va a ver incrementado y la flota mundial se triplicará, de hecho las grandes navieras se están convirtiendo en las dueñas del mundo.

En breve, y a este paso, no quedará nada de mundo del que adueñarse.

Lctr.

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